Se construyó en 1738 por iniciativa del Conde de Montijo, Caballerizo Mayor, encargado de que los asuntos relacionados con los coches, caballos y el personal requerido para ello dispusieran de todo lo necesario.
Las Caballerizas de la Reina tienen planta rectangular con un patio en su interior y tres alturas en el cuerpo principal que da a la Plaza de Palacio: bajo, principal y buhardillas, aunque el desnivel del terreno determina alguna diferencia. La alargada fachada presenta sencillos y repetitivos huecos rectangulares y, siguiendo esquemas tradicionales en la arquitectura española, cuenta con dos torres en los extremos y una portada central destacada. Las torres, con diferentes alturas por el desnivel, están rematadas por vistosos, originales y exóticos chapiteles de pizarra, sin olvidar tampoco los movidos frentes de las buhardillas. En el centro de la fachada destaca la portada, con puerta de ingreso en granito enmarcada por pilastras fajeadas y rematadas por una cornisa moldurada, de cuyo centro pende una placa recortada muy de moda también por esos años. Sobre la puerta, un gran escudo real en yeso realizado por Santiago Bousseau, uno de los escultores de los Jardines del Palacio. Dicho escudo está enmarcado por dos aletones también de yeso y, en los extremos, dos leones apoyados en bolas que coronan a su vez las pilastras inferiores. Finalmente, sobre la cornisa de remate, un frontón semicircular. Son de destacar también los revocos, aspecto singular en toda la arquitectura del Sitio. En este caso, las pinturas simulan pilastras en cada uno de los pisos y decorativos marcos de ventanas, dentro de un estilo ilusionista que se afana en imitar con pinturas aquello de lo que la propia arquitectura carece, aunque han sido retocadas en épocas posteriores a la construcción.